El 20 de marzo de 2020 el país entero se encerró debido al brote de Covid-19. En el caos colectivo de una población aterrorizada por un extraño virus, se dejó todo en manos de los médicos. Sin embargo hubo necesidades desatendidas y un escaso acompañamiento terapéutico para aquellos que trabajaron incansablemente por la salud de otros.
Una investigación realizada por Soffía Garrido y Ana Luz Sambrano, con la colaboración de Alberto Galmes.

Ilustración realizada por Santiago Godoy
En un ambiente de tensión y exigencia, el jefe de Terapia Intensiva del Hospital San Luis, Omar Quiroga, se preparaba para combatir al enemigo invisible durante guardias interminables. La tasa de mortalidad era muy elevada, por esos días fallecían más pacientes de los que salían de alta. Aunque contaba con el equipo de protección, vivía siempre con miedo, corría riesgo su vida y la de su familia. No fue el único.
Además de la situación marcada por la emergencia sanitaria de Covid-19, otros factores alimentaron el temor y descontento de los trabajadores de la salud. Escasos equipos de protección y de mala calidad, jornadas laborales con poco descanso, un sueldo que no reflejaba el sacrificio, los riesgos constantes y las secuelas de convivir con la muerte. El costo que tuvieron que pagar en el primer frente de batalla fue alto: trastorno del sueño, ansiedad, estrés, angustia, depresión, ataques de pánico, y pérdida de memoria a corto plazo, entre otros.
A la guerra sin armas
En los primeros momentos de la pandemia, el personal de salud no contaba con el equipamiento adecuado. Los elementos de protección, previstos por el sistema sanitario provincial, como barbijos, antiparras, máscaras y batas, eran de mala calidad y escasos. “No teníamos cómo defendernos”, recordó Quiroga.
La jefa de Terapia Intensiva y colega de Quiroga, Gabriela Davis, coincidió con la denuncia de su compañero explicando que las máscaras se empañaban y las antiparras dejaban marcas en sus rostros. Por sus propios medios, debieron comprar protectores de mejor calidad.
En los hospitales periféricos la situación no era distinta. Nicolás Escudero, psicólogo del Hospital Cerro de la Cruz, contó que sus compañeras confeccionaban sus propios tapabocas en su tiempo libre. Por su parte, Daniel Bruno, Técnico Radiólogo del Hospital de La Punta, manifestó que debían comprar lavandina, alcohol y hasta sus propias batas. “El Ministerio de Salud no nos dio las herramientas necesarias”, arremetió.
La entonces ministra de Salud, Silvia Sosa Araujo, si bien afirmó que los insumos llegaron a todas las partes de la Provincia, reconoció que se priorizaron los centros de salud de San Luis, Villa Mercedes y Merlo porque eran los que contaban con salas de terapia intensiva.

Unidad de Terapia Intensiva del Hospital San Luis. Foto: Gentileza Gabriela Davis.
Araujo refutó las denuncias planteadas por los trabajadores y las adjudicó a “motivos políticos”. Señaló que “la Provincia nunca iba a adquirir algo que fuera de menor calidad” y adjudicó la falta de insumos a los propios trabajadores que, “por miedo” llevaban barbijos de mejor calidad a sus hogares.

La Dra. Gabriela Davis con el equipo de protección. Foto: Gentileza Gabriela Davis.
Sin descanso
La excepcional situación sanitaria implicó reducciones en los recursos humanos, pues se le otorgó licencia al personal de riesgo y se exigió que médicos como Omar Quiroga y Gabriela Davis realizaran guardias de hasta 32 horas. “Entrábamos a las ocho de la mañana y nos íbamos a la tarde del día siguiente”, aseguró Davis.
Carlos Belletini, médico tocoginecólogo del Hospital Central de Villa Mercedes, también enfatizó sobre las extensas guardias que, en varios casos, suprimieron el tiempo de descanso. En una semana debió cubrir dos guardias de 24 horas y una de 12 para reemplazar al personal contagiado. Esta prestación de servicios por 60 horas semanales superó el contrato laboral, en el que se estipulaban 48.
Los médicos no fueron los únicos exigidos. Así lo confirmó Néstor Daniel Gómez, chofer de ambulancia del hospital de La Punta, quien sostuvo que sus jornadas de trabajo fueron de 24 horas.
“Teníamos que dar descansos. Los médicos trabajaban 15 días sí y 15 días no, para que no se contagien”, justificó Araujo, un dato que ninguno de los más de 20 trabajadores entrevistados confirmó.
Una retribución que no reflejó el sacrificio
Para esta investigación periodística, se realizó una encuesta en la que participaron 34 trabajadores de la salud, entre médicos, kinesiólogos, enfermeros, nutricionistas, personal de limpieza, radiólogos, psicólogos, bioquímicos y camilleros del Hospital San Luis, La Punta, Villa Mercedes, Merlo, Juana Koslay, Justo Daract, Cerro de la Cruz, Tilisarao, Fortuna, Quines, Unión, San Francisco del Monte de Oro. Una de las cuestiones más apuntadas fue el malestar general por los magros salarios.



Resultados de la encuesta en los que figuran 1) los principales reclamos del personal de salud; 2) las consecuencias psicológicas y psiquiátricas en los trabajadores y 3) el tipo de asistencia terapéutica que recibieron. Fuente: elaboración de Soffía Garrido y Ana Luz Sambrano
El personal sanitario debió conformarse con salarios que no se modificaron, a pesar de trabajar jornadas más extensas de las estipuladas. Sólo recibieron un bono discontinuo de 5 mil pesos, otorgado por el Ministerio de Salud de la Nación.
“Mucho aplauso a la noche, mucho reconocimiento, pero no se retribuyó ni en días de vacaciones, ni en plata”, protestó la médica Davis.
Los reclamos salariales se visibilizaron el 3 de diciembre de 2020 cuando la Confederación Médica de la República Argentina (COMRA) conmemoró el día del médico. En una carta, la COMRA manifestó que no había nada para festejar, pues la pandemia había dejado en evidencia la debilidad del sistema sanitario y una “precaria situación laboral”. La Federación Médica de San Luis adhirió al pronunciamiento y exigió a los funcionarios públicos “mejorar las condiciones de trabajo, los magros salarios y proveer de elementos necesarios y adecuados para su protección personal”.

Comunicado de COMRA del 3 de diciembre de 2020.
La falta de reconocimiento salarial hizo que el personal de salud pusiera en la balanza la remuneración y los riesgos que corrían. “Hasta qué punto uno arriesga su vida y la de su familia”, se preguntó el psicólogo Nicolás Escudero.
Convivir con la muerte
El lugar más crítico fueron las salas de terapia intensiva, donde los kinesiólogos acompañaron a los médicos en el frente de batalla. Adriana Sosa, del Hospital San Luis, detalló que en el momento más delicado llegaron a acostumbrarse a convivir con la muerte. “Los pacientes que llegaban se nos morían”, lamentó. Para su colega, Rocío Adamek, lidiar con la muerte se volvió algo rutinario.
La muerte se convirtió en una compañera más, pero dejó secuelas y duros recuerdos. Lucas Dakoff, radiólogo del Hospital de Justo Daract, reveló que mientras transitaba su licencia psiquiátrica por depresión y ataques de pánico, los recuerdos sobre las personas que morían eran inevitables.
Los pacientes que fallecían marcaban un antes y un después en cada profesional que los asistió. Para el kinesiólogo Alejandro Ortega, del Hospital San Luis, un punto de quiebre fue cuando perdió la vida una mujer a quien la vió parecida a su madre. Consecuentemente, aparecieron los problemas de ansiedad y falta de sueño.
Con la muerte y el caos alrededor, los médicos, luego de trabajar arduamente para mantener con vida a los pacientes, también debían establecer contacto con la familia de los internados y fallecidos. Todos los días y por medio de llamadas telefónicas debían comunicar los informes médicos a cada familia. Desde sus teléfonos personales llegaron a dar unos 30 informes diarios. Davis destacó que establecieron vínculos con gente que jamás vieron en persona. “Esperaban el llamado y lo ponían en altavoz para escucharlo entre los que estaban”, recordó.
El conflicto con uno mismo
Coincidiendo con los testimonios recabados y los resultados de la encuesta realizada, el médico psiquiatra Gabriel Samperisi, y el psicólogo Nicolás Escudero, confirmaron que hay consecuencias post pandemia que aún persisten, como las crisis de llanto, ansiedad, angustia, ataques de pánico e insomnio, y depresión.
Las exigencias emocionales de la situación provocaron que el 76% de los trabajadores encuestados padeciera estrés y angustia, el 56% ansiedad, el 41% insomnio o desórdenes del sueño y el 15% depresión.
En carne propia, Lucas Dakoff contó cómo fue su primer ataque de pánico, que ocurrió mientras revelaba radiografías en la oscuridad de una sala. “Comencé a agitarme, empecé a sentir un nudo en la garganta, ganas de no estar y de llorar. Se repetía el sentimiento de miedo”, relató.
Una situación similar vivió Adriana Sosa, quien detalló que tuvo su primer ataque de pánico al recibir un paciente. Al presentirlo le pidió a un compañero que la cubra mientras ella se alejó a una habitación para enfrentar su crisis en soledad. Cuando se tranquilizó, continuó trabajando en “piloto automático”, hasta que terminó la guardia.
Luego de sus primeros ataques, tanto Dakoff, como Sosa asistieron a una consulta psicológica. A ambos les diagnosticaron depresión, por lo que fueron derivados a atención psiquiátrica y se tomaron licencias. Sin embargo, al momento del diagnóstico, Sosa se negó a dejar de trabajar. “No podía dejar a mis compañeros, ellos estaban agotados al igual que yo”, alegó.
Según el psiquiatra Gabriel Samperisi, los ataques de pánico tienen una raíz en la ansiedad que aumenta e intensifica ante los estímulos de miedo de un escenario real o imaginario. En estos casos, el miedo se originó en el virus, la muerte y la incertidumbre.
Olvido para seguir en pie
La pérdida de memoria a corto plazo, o laguna temporal, fue otra consecuencia lamentable. Se trata de un proceso en el que la memoria ayuda a mantener la atención o guardar un registro de la información durante unos minutos y que es afectada por la ansiedad, explicó Samperisi. El psicólogo Nicolás Escudero agregó que es un modo de defensa para borrar recuerdos que suscitan angustia.
Omar Quiroga es uno de los profesionales que todavía presenta la secuela de pérdida de memoria; admite tener una confusión temporal por los eventos traumáticos que vivió. Las lagunas mentales se percibieron en la mayoría de los entrevistados, pero solo algunos reconocieron haberlas padecido.
Noches sin sueños
El insomnio fue otra secuela en la salud mental que dejó la pandemia. La patología es atribuida a los cambios de ritmo en el ambiente laboral. Los principales médicos terapistas del Hospital San Luis admitieron haber dormido muy pocas horas durante esa época. Al igual que en los kinesiólogos, como Sosa y Ortega, a quienes les costó conciliar el sueño. La primera tuvo que ser medicada por un psiquiatra para poder descansar adecuadamente.
En la totalidad de los trastornos y síntomas previamente mencionados, la angustia es el elemento común, sobre la que Samperisi explicó que se manifiesta como una presión en el pecho y una sensación de malestar. Este síntoma se presenta durante los ataques de pánico y en los problemas de sueño. El kinesiólogo de terapia intensiva del Hospital de San Luis, Diego Quiroga, aseguró que la angustia estaba presente durante todas sus jornadas y que se intensificaba luego del fracaso de algún tratamiento o la pérdida de algún paciente.
“Luchamos solos”
Tanto el psicólogo, como el psiquiatra consultados coincidieron y reafirmaron que en varios casos estas consecuencias psicológicas estallaron a causa de la pandemia. Algunos profesionales del Hospital de Salud Mental recordaron que las autoridades se anticiparon en brindar contención a los trabajadores de la salud. La hubo, pero a medias y no para todos.
Desde el programa gubernamental “Gestión de Políticas en Salud Mental”, se implementó inmediatamente, aunque todavía sin formalidad institucional, el dispositivo Abordaje Psicosocial Institucional (APSI), que contó con las psicólogas Paulina Olivares y Ana Quiroga. Ante el llamado de un hospital que solicitaba su ayuda, la organización acudía y armaba espacios grupales de escucha. Los principales temas que se abordaron fueron el temor y el malestar que sufrían los trabajadores.

Integrantes de APSI, Lic. Ana Quiroga, Lic. Paulina Olivares, Lic. Elena Valerio y el entonces ministro de salud, Cristian Niño. Fuente: Agencia de Noticias San Luis
Daniela Pollachi, a cargo del programa de gobierno, opinó que el dispositivo resultó efectivo “porque visibilizó el padecimiento que tenía el personal de salud”. Esa fue la razón por la que el entonces ministro de Salud, Cristián Niño, recién en mayo de 2023, le dió a APSI formalidad institucional.
Si bien desde las autoridades e instituciones de la Provincia se destaca la implementación y presencia de APSI por el acompañamiento, muchos trabajadores sanitarios se sintieron abandonados. El dato se refleja en las entrevistas y en el resultado de la encuesta, puesto que el 70% del personal, de diferentes hospitales, respondió que no obtuvo contención psicológica.
Según los encuestados, el dispositivo solo brindó atención en el Hospital Central, y fue sostenido al principio de la pandemia a través de llamadas telefónicas.
Al consultar sobre la existencia y desempeño de APSI, varios entrevistados sabían muy poco, pero coincidían en que no llegó a todos los sectores, en que la atención fue muy selectiva, y que la información no se difundió adecuadamente. Daniel Bruno, técnico radiólogo del Hospital de La Punta, aseguró que los trabajadores sanitarios lucharon solos, mientras que Adriana Sosa, manifestó que “nunca tuvimos un psicólogo que nos cubriera ¡Jamás! (APSI) fue político, no llegaron a nosotros”. El testimonio más llamativo fue el de la médica Luciana Migliozzi del Hospital de La Punta, quien sorprendida, preguntó a los periodistas “¿Qué es APSI?”. Tras la explicación, Migliozzi expresó que lo desconocía y que no recibió acompañamiento. “Lo hubiéramos necesitado”, sentenció.
En paralelo a APSI, funcionó “Te acompaño”, un programa dispuesto para dar contención a la comunidad en general durante la cuarentena obligatoria. Se creó a partir de un convenio entre el gobierno de la Provincia y la Comisión de Emergencias y Catástrofes del Colegio de Psicólogos. Mario Rovey, profesional que trabajó en el Programa, afirmó que se atendieron a trabajadores de la salud y que en su caso, expidió gran cantidad de licencias psiquiátricas para quienes sufrían demasiado estrés y querían abandonar su puesto laboral.

Aviso institucional del programa “Te Acompaño”. Fuente: Gobierno de San Luis
Heridas que no sanan
Pese a que la batalla contra el Covid llegó a su término, las consecuencias psicológicas y psiquiátricas en los trabajadores de la salud apenas comienzan a vislumbrarse. A los padecimientos mentales, se suma una dura sensación de abandono institucional. En las encuestas que realizó el equipo periodístico, los trabajadores reconocieron que hasta hoy siguen luchando contra las secuelas de la presión laboral durante la pandemia; aún padecen de ansiedad, angustia, estrés e insomnio y la mitad de los encuestados se encuentra realizando terapia o tratamiento psiquiátrico.
El desempeño del Comité de Crisis que creó el Gobierno no quedó exento de críticas. Los entrevistados denunciaron que en las comunicaciones oficiales que encabezaba el entonces gobernador, Alberto Rodríguez Saá, casi todas las noches, se aseguraba que la situación estaba controlada, cuando ocurría lo contrario. “El Comité nunca supo lo que era realmente tratar con un paciente de Covid”, aseveró Adriana Sosa.

Parte del Comité de Crisis que integraban la ministra de salud, Silvia Sosa Araujo, el
Gobernador Alberto Rodriguez Saá y la jefa de Gabinete, Natalia Zabala Chacur, entre otros
funcionarios. Fuente: ANSL
Otro dato revelador que arrojó la encuesta es una crisis en el vínculo con la profesión clínica. El 18% de los encuestados sintió deseos de alejarse de la misma. Otros admitieron haber perdido la pasión por su trabajo. “Se me llenan los ojos de lágrimas porque asumir esto es muy doloroso”, se lamentó la médica Migliozzi.
El costo de una vocación
Una parte de los profesionales halló su cable a tierra en otros caminos laborales, tal como se reflejó en el 23% de los encuestados. Ejercer de manera independiente o cambiar de área médica, fue la alternativa más común. Otros como Migliozzi y Escudero, se abocaron a la docencia universitaria. El psicólogo Escudero actualmente da clases en la Universidad Nacional de San Luis y es jefe de la Residencia de Salud Mental Comunitaria.
También hubo reacciones positivas, como la de Dakoff. Lo sucedido en la pandemia fortaleció su amor por la profesión y está dispuesto a enfrentarse a una situación similar. Para los jefes de terapia intensiva, Davis y Quiroga, abrir una cafetería en el centro de la ciudad de San Luis fue la mejor opción de trabajo independiente, aunque sin dejar de ejercer su profesión.


Los colegas y socios, Omar Quiroga y Gabriela Davis en la apertura de su cafetería Racoon. Foto: Racoon
Una investigación realizada por Soffía Garrido y Ana Luz Sambrano, con la colaboración de Alberto Galmes.